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Erika Martínez
Romper eso
Por Administrador Publicado en Autores, Principales en 25 mayo, 2019 0 Comentarios
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Todo el contenido que sigue ha sido redactado por Aitor Herrero Calzada, Valentina Hita López y Alba Gálvez Baena.

Biografía

Erika Martínez Cabrera, nacida en Jaén en 1979 es doctora en Filología Hispánica y licenciada en Teoría de la Literatura. Presentó su tesis en la Universidad de Granada en 2008, titulada “Carnaval negro: veinte poetas argentinas de los años 80”. Obtuvo en 2009 el Premio de Poesía Joven Radio Nacional de España gracias a su primera obra, Color carne. Su segundo poemario, El falso techo (2013), fue escogido como uno de los cinco mejores del año por los críticos de El Cultural y ha sido traducido al italiano en 2018. Su último libro, Chocar con algo es del año 2017.

Su poesía ha sido incluida en antologías como Centros de gravedad. Poesía española en el siglo XXI (Pre-Textos, 2018) o El canon abierto. Antología de poesía española 2000-2015 (Visor, 2016).

También practica el aforismo en obras como (2011) y forma parte de las antologías Pensar por lo breve (Trea, 2013), Bajo el signo de Atenea (Renacimiento, 2017) o Fuegos de palabras (Vandalia, 2018).

Actualmente es profesora de literatura latinoamericana en la Universidad de Granada.

Poética

Tras Chocar con algo, chocar con la realidad, con la tradición, con la historia e incluso con la literatura, es necesario romper. Romper con eso que nos ata, que nos ancla.

Como rasgo general de su poética podríamos decir que Erika Martínez rompe con las formas laberínticas, formas en las que mirarse es como tratar de encontrar el principio de un garabato. Toma, por el contrario, el camino de la enunciación clara y el uso libre de los trazos clásicos para exponernos en sus creaciones un lienzo contemporáneo sobre el que dibujar a base de versos los avatares más reconocibles por sus lectoras: destinos turísticos, un terapeuta, cortarse las uñas para abolirse, fantasmas que esnifan, platos de comida, una performance. Todo un entramado de elementos -ya sean reales o imaginados- por sus letras, ajenos y, principalmente, internos de un sujeto que responde a las encrucijadas del siglo XXI mediante una escritura desenfadada, cargada de humor y compromiso mientras que sortea los compartimentos poéticos que el canon marca como correctos. La jienense nos deja un legado instalado en esa apertura de miras que permite “Hundiendo el tenedor” unir un carrito de la compra y una mirada hacia dentro que se sabe consciente del miedo que da escribir. Del miedo que supone ser leída. Exponerse. En sus versos, de este modo, la poeta da cabida a la referencia popular en la que nos habla de su abuela dejándose las manos y la vida en esa pila donde lavaba y estrujaba ropa, como a la forma más elevada, las referencias a Onetti o a obras renacentistas.

Su obra es política, sin caer en una propagandística publicidad manida y rota. Erika observa, cavila, esboza una salida, y reivindica. Sobre todo reivindica. Una reivindicación trazada en femenino, en la que el yo poético y esa voz feminista suceden al mismo tiempo, bailan siendo una de forma inevitable y no siempre obvia. Como la propia autora contestó en una entrevista para el diario digital The Objective: “Escribir es una experiencia histórica y que, por muy ficticios que resulten, nuestro género y nuestro sexo siguen constituyendo una parte cardinal de dicha experiencia en el siglo XXI”. Esta experiencia histórica la desarrolla Erika cartografiando una nueva ciudad, un nuevo lugar donde esta abuela que estrujaba la ropa en la pila, podría haber conseguido grandes cosas “estrujando versos”. Un lugar en el que no siempre está, pero en el que siempre fijan la mirada sus versos. Es de eso de lo que nos habla su “Mujer adentro”: la importancia de hallar un punto de enunciación, que sea propio que no venga dado por la sociedad. Lo que Erika busca es “un apartamento incómodo en todos sus rincones, decorar con obstáculos”. Ansía que no quede ningún recodo sin instalar una alarma, sin ejecutar una pregunta, sin llamar nuestra atención, sin llamarnos para romper juntas el discurso hegemónico asumido a nivel universal como única verdad. Esta hegemonía, esta constante imposición descolocan a la autora, se enredan en los resquicios de su razón, escuecen y golpean, se convierten en lacra que debe deconstruir. Por eso escribe, por eso lucha.

En suma, su producción nos ofrece una reflexión consciente que, aunque esté cargada de ternura, sirve de terapia de choque. Nos pone frente al espejo y nos llama a examinarnos con lupa, a desenmarañar todas nuestras trampas. Una obra que, en general, nos apela para girar la realidad y mirar la otra cara de la moneda mientras desafía a las convenciones de género y del género. Nos habla desde la naturalidad, perlo limando y estudiando cada una de sus palabras porque, por encima de todo, elige la literatura, porque “descuidaría todo para cuidar las palabras”.

Análisis de Romper eso

Es posible entender la sucesión de los poemas como un recorrido hacia adentro, como señala el primer poema “Mujer adentro”. Desde el primer retrato de la interioridad hacia las concepciones profundas de la voz poética, en esta inmersión saca a la luz recuerdos lejanos y pensamientos sinceros, casi a modo de confesión. Además debemos anotar que los referentes que narra en su pasado son las mujeres de su familia, nombra a su madre y a su abuela, que construyen a la vez la imagen de lo femenino a lo largo de la obra.

De forma más detallada, “Mujer adentro” supone un posicionamiento inicial y fundamental, una reflexión sobre la feminidad poética que se ha construido tradicionalmente y lo que ésta sigue suponiendo a día de hoy. A partir de este momento se nos habla de la incomodidad en este interior conflictivo en el que reconoce los límites impuestos y a la vez el deseo de reflejarse en su referencia inmediatamente anterior que supone su abuela en “Trampolín de lo que falta”. “Romper eso” resulta el extrañamiento que provoca una descripción externa a lo propio, su fragilidad. En uno de los puntos más conscientes de la individualidad interior, incluso de la corporalidad, se encuentra “Abolirse”, porque sólo desde aquí se puede saber qué forma parte de la esencia de esta voz y en qué momento dejaría de ser ella misma sin ciertas partes. “La Institución” es la indignación lógica en consecuencia, un desprecio a los organismos prepotentes que han marginado al conjunto de las mujeres. Hacia la mitad de este itinerario se recobra la calma y se redirige el rumbo: “Hincar el tenedor” asesina lo precedente y explicita sus aspiraciones, mientras que “Pruebas circulares” rompe los moldes de los roles y los límites por exceso, por perseverancia, por rebeldía. “El guardapelo de las poetisas” vuelve al rechazo de la tradición de las poetisas y al conflicto entre la asunción como tradición o su rechazo total, como en “El desajuste al deseo” de un pasado distinto que hubiera dado más ficciones desde lo femenino. “El cuidado” supone el final del viaje y el posicionamiento: un enfrentamiento a las expectativas que supone ejercer el rol femenino en la sociedad, de las que se ríe con una ironía mordaz.

Quizá en medio de esta vorágine no hayamos sido capaces de notar que lo que se rompe es la posición, tanto la anterior como la presente, del sujeto poético. Aquello que se anunciaba en el título está en continuo conflicto en los poemas, se tambalea y tintinea, se debate, se pone en tela de juicio. Con esto ya hubiera supuesto un acto subversivo, el de destripar los mecanismos del sistema patriarcal, pero si en el camino además somos nosotras mismas las que nos vamos planteando esta serie de ideas junto al yo poético, entonces estaremos llegando con ella más allá, dando los primeros pasos hacia una nueva tradición.

¿Qué es lo que se rompe? ¿A qué hay que enfrentarse? En estos diez poemas la autora nos acerca a esta idea de introspección y a esta serie de preguntas que surgen a lo largo de la lectura de manera natural, y que de la misma forma es posible que sean respondidas por el propio lector.


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