(Realizado por las estudiantes del Grado en Filología Hispánica de la UGR: György Ágnes, Fanni Hana Marková, Magdalena Mančić y Wendy Faivre)
Luis García Montero nació el 4 de diciembre de 1958 en Granada, en una familia con larga tradición artística. Además de ensayista, poeta y novelista, es catedrático de Literatura Española de la Universidad de Granada. Inició sus primeros estudios en 1962, en el Colegio de los Padres Escolapios de Granada, donde permaneció cuatro años. El 5 de junio de 1976 asistió al homenaje a Federico García Lorca en Fuente y conoció al poeta Blas de Otero. En el mismo año comenzó los estudios de Filología Hispánica en la Universidad de Granada, donde fue alumno del profesor Juan Carlos Rodríguez. Se licenció en 1980 y un año más tarde empezó a trabajar en la Universidad de Granada como profesor asociado de Literatura Española. En 1986 se doctoró en la Facultad de Filosofía y Letras con la tesis La norma y los estilos en la poesía de Rafael Alberti. En el mismo año fue incluido en la antología Postnovísimos por Luis Antonio de en los años 80, se unió al grupo poético denominado “La otra sentimentalidad”, junto a los autores Álvaro Salvador y Javier Egea. En 1988 realizó viajes a Nueva York y Chicago acompañado de Francisco Brines y Luis Antonio de Durante el año siguiente participó en diferentes actos y congresos conmemorativos del cincuentenario de la muerte de Antonio Machado.
En el año 1995 empezó a colaborar como columnista en el diario El País de Andalucía. En 2002, comenzó a dirigir la revista La estafeta del viento. En el año 2004 se incorporó al Consejo Político Federal de Izquierda Unida. En los años siguientes cooperó en los programas El ombligo de la luna, La hora de Andalucía, La mirilla, En días como hoy y Hora 25. En 2010 inició su colaboración en el periódico Público y en 2013 participó en la puesta en marcha del periódico infoLibre. Se presentó como candidato de Izquierda Unida a la Presidencia de la Comunidad de Madrid en 2015. En el año 2018 lo nombraron director del Instituto Cervantes.
Ha sido galardonado con diferentes premios y distinciones entre los que destacan: el Premio Adonáis, el Premio Loewe, el Premio Nacional de la Crítica o la Medalla de Oro de Andalucía y es autor de una multitud de obras entre las que señalamos: Habitaciones separadas (1994), Completamente viernes (1995), El sexto día: historia íntima de la poesía española (2000), Vista cansada (2008), Mañana no será lo que dios quiera (2009) y Un bergantín (2014).
Es además, considerado como uno de los poetas más importantes de la literatura española de los últimos años. Una de las características principales de su poesía es el narrativismo históricobiográfico y la estructura casi teatral o novelística de sus poemas donde aparece un personaje que relata o vive la historia. Entre los rasgos principales de su poesía destacan también el lenguaje coloquial y la reflexión a partir de situaciones cotidianas. El autor se presenta como un testigo de su tiempo, cercano a la sociedad, y sus obras representan una forma de percibir la realidad. Pertenece al movimiento poético llamado “Poesía de la experiencia”
(Realizado por Miguel Baza y Marc Deger)
Si algo caracteriza la labor lírica de Luis García Montero es la posesión firme y constante de unos principios poéticos que ha defendido hasta día de hoy, no sin recibir ataques por buena parte de la crítica española al tipo de poesía que el autor granadino y otros como Gil de Biedma, Álvaro Salvador o Javier Egea han reivindicado.
En su prólogo a Poemas (2004), García Montero, con un tono irónico y burlón, se acusa de ser un poeta de la experiencia, rótulo que no puede menos que suscitar el recuerdo de Jaime Gil de Biedma, quien fuera igualmente uno de los maestros poéticos más importantes para nuestro escritor. Pocos conceptos como “Poesía de la experiencia” han suscitado tanta polémica en la crítica de nuestro país; sin embargo, si bien la expresión es relativamente nueva, el quehacer de un poeta de la experiencia no lo es. Responde a una tradición lírica alejada de los efectismos formales, vanguardistas y barrocos a los que se ha inclinado buena parte de la poesía española de la segunda mitad del siglo XX, para insistir en los sentimientos y su carácter histórico, los cuales son, para el autor, la materia prima de la verdadera y original poesía.
La expresión “poesía de la experiencia” es popularizada por Jaime Gil de Biedma y tomada de la obra de Robert Langbaum La poesía de la experiencia, importantísimo estudio de la poesía de Wordsworth y Coleridge -figuras clave del Romanticismo en lengua inglesa-, y especialmente de los monólogos dramáticos de Robert Browning. Para Langbaum, la moral poética del Romanticismo se sustenta en la experiencia individual como respuesta al fracaso universalista de la razón ilustrada. Su estudio no tiene como finalidad defender una poesía que cuenta testimonios superficiales de la vida personal, sino que crea en el poema las condiciones necesarias para que el lector sea capaz de reproducir las experiencias vividas por el poeta; una cita que se da entre los dos con la esperanza de que el lector pueda reconocerse en la experiencia recreada por el poeta, y este, con suerte, pueda reconocerse a sí mismo al objetivar su experiencia y tomar distancia respecto a ella.
Un lector sagaz habrá percibido el estrecho lazo que hay entre la poesía de la experiencia y el Romanticismo. García Montero, en efecto, busca rescatar el Romanticismo de los anatemas que se le han venido lanzando desde hace mucho tiempo, pero no a través de un prisma irracionalista que ataca la razón -como se ha entendido el Romanticismo habitualmente- , sino proponiendo como contrapunto una lectura racional e ilustrada de lo que fue y supuso el Romanticismo, donde la poesía no sea un discurso sentimental y banal de personas enamoradizas o de sensibilidad exacerbada, sino idealmente un ejercicio de la inteligencia donde los sentimientos y la experiencia vital sean vistos con ojos inquisitivos, críticos y racionales.
Tras la puesta en duda de la Ilustración que llevó a cabo el Romanticismo, la propia crisis del movimiento y la reacción contra él trajeron consigo una oleada de consecuencias filosófica y estéticamente importantes, tales como el descrédito del sujeto romántico y del yo opuesto lingüísticamente a la sociedad, y asimismo la proliferación de un arte impersonal y deshumanizado del que ya nos habló Ortega en La deshumanización del arte y que tiene su concreción en los distintos movimientos vanguardistas de las primeras décadas del siglo XX. García Montero también se opone a esta praxis autotélica de las vanguardias, herederas directas del lema del “arte por el arte”, y ataca especialmente su falta de compromiso con la realidad y ese desquicio de un yo ensimismado e incapaz de intervenir sobre el mundo y que se regocija en ello, creyendo encontrar en sus quejas o en la experimentación con el lenguaje una solución para las paradojas y el laberinto de la poesía contemporánea. Y es que el futuro de esta e igualmente su valor, para Montero, están en su capacidad de entrar en diálogo con la realidad y con los lectores, a través de una lectura racional e ilustrada de los mejores aportes del Romanticismo, con el objetivo, no de negar la Modernidad como hicieron el Romanticismo más salvaje y las vanguardias -y hacen todavía ciertos sectores de la Posmodernidad intelectual- sino de indagar en ella y en las posibilidades humanas que abrió.
Es la inteligencia la herramienta primordial del poeta, que juega a su vez el papel de la objetividad, idea que Bécquer traduce en su archiconocida sentencia “Cuando siento, no escribo”. El poema es algo que el poeta construye con su inteligencia, para lo que no basta con sentir y recibir impresiones, sino que estas deben ser reconstruidas de modo que sean capaces de afectar al lector. Pero para los poetas de la experiencia al mismo tiempo entra en juego otra noción importantísima: la verdad. La poesía se erige así como un ámbito que crea una verdad de carácter estético y moral.
No debe confundirse con un discurso moral a priori que el poeta transmite a sus lectores, sino una verdad estética y moral que se va forjando al mismo tiempo que el poeta hace su obra, pues esta no es al fin y al cabo más que la “verdad de uno”, como enseñara bien Cernuda, otro poeta fundamental para García Montero y referente ineludible para la poesía de la experiencia.
Esta presencia de la verdad no debe sin embargo darnos una imagen errónea de un aspecto esencial de la poesía de García Montero. Esta es siempre para él un género de ficción, pues el yo que habla en el poema no es el yo biográfico. Se trata de un personaje poético que elabora un discurso capaz de representar las etapas y los procesos de una determinada educación de los sentimientos y de la conciencia, cuyas palabras no propagan ideales que el lector debe aceptar y seguir, sino que están cargadas de una necesidad y un significado personal del poeta que el lector puede también hacer suyos. Y es en este carácter público, social y compartido de la palabra -en su realidad civil a fin de cuentas-, donde reside la solución a las paradojas de la poesía contemporánea ante sus achaques barrocos, vanguardistas y experimentales.
No solo el personaje poético adolece de ficcionalidad, sino que también lo hace el lector. Cuando se escribe, se escribe para un otro imaginado, otro nada concreto a quien se dirige el poeta y que le permite tomar distancia con respecto a sí mismo y objetivar su verdad y definirse. Es por ello que el poeta es “un extranjero en su propia intimidad”, alguien que cuestiona sus realidades y se busca a sí mismo a través de un distanciamiento, y para ello necesita transformarse en diálogo creando a un oyente o lector imaginado.
Se ha acusado a menudo a la poesía de la experiencia de caer en un fácil biografismo y anecdotismo. Y el propio Montero es consciente de ello, advirtiendo que las palabras de un poeta no deben estar demasiado ancladas en su biografía ni determinadas por una realidad anecdótica. Todo puede tener cabida en la creación literaria, pero siempre que funcione en el ámbito de la literatura. Las palabras del poeta sugieren e insinúan un espacio, pero que dejan lo suficientemente abierto y vacío para que el lector pueda encontrar su lugar en ellas; todo ello lo resume Montero en una frase magistral: “Escribir es hacerse presente, pero también aprender a borrarse”.
Por todo ello, y como conclusión, para Montero la poesía es una manera de reivindicar la libertad individual del hombre y su dignidad moral, en un mundo social que cada vez más atenta contra la libertad de conciencia y la dignidad humana. La poesía, y el arte en general acaso, se convierte así en el último rincón donde el hombre puede ejercer su libertad, pero siempre en vínculo con el resto de los hombres.
(Realizado por las estudiantes del Grado en Filología Hispánica de la UGR: György Ágnes, Fanni Hana Marková, Magdalena Mančić y Wendy Faivre)
“Puedo deciros” es poema publicado en En pie de paz (1985), una de las primeras publicaciones del autor, donde podemos encontrar algunos de los elementos de la poesía de la experiencia. En este libro aparecen temas como la necesidad de libertad, la lucha por la paz o el llamamiento colectivo a la lucha y también la solidaridad con la gente de países donde existe injusticia social o política.
El poema está dedicado a Pablo Neruda y además inserta uno de sus versos “Venid a ver la sangre por las calles”. En los primeros versos situamos el poema en el año 1973, en Chile, durante el golpe de estado que llevaría al poder a Pinochet. El poema de Neruda al que alude García Montero al inicio del poema trata el tema de la guerra civil chilena y la preocupación por España.
En el texto el poeta juega con los tiempos. Aparecen tres tiempos: futuro, presente y pasado. En la primera estrofa, tenemos dos líneas del tiempo. En un principio, la voz poética nos narra en futuro, dice que la situación va a cambiar, que va a mejorar (“se encenderán las luces de Santiago”). A continuación, sigue con el pasado, que en este poema está comprendido como algo malo, como la sombra en la historia. Menciona el año 1973 y el golpe de estado. Vemos a su vez, las oposiciones luz y sombra, como el futuro brillante y la esperanza de cambio enfrentado el pasado oscuro lleno de dolor e injusticia.
En la segunda estrofa, aparece una voz que narra en presente sobre el paso del tiempo (“rueda del tiempo; regreso la memoria”), aludiendo a esa gente que empieza a abrir sus ojos, a esa gente que ya no es ciega y apática, que siente la injusticia y no quiere sufrila más a pesar del miedo. Sin embargo, en los tres últimos versos, la voz cambia su función, no narra, sino que habla a la gente, les llama para que escuchen.
Por último, en las dos últimas estrofas, la voz poética se acerca más a la gente y les habla directamente a ellos. Les habla y les da esperanza. Promete que su situación va a mejorar, que al final la paz va a triunfar.
Por otro lado, el poema “Las ciudades” fue publicado más posteriormente en el poemario Vista cansada (2008), poemario donde predominan temas como la melancolía, los recuerdos de la juventud, la vida, la existencia o los cambios que ha experimentado España en las últimas décadas.
“Las ciudades”, como muchos de los poemas de Luis García Montero, contiene elementos autobiográficos. Podríamos considerar el poema como un relato de su vida y una mirada a sus viajes. La voz poética narra desde una madurez que lo lleva a su infancia y juventud a través de los versos.
Si comparamos ambos poemarios, En pie de paz y Vista cansada, podemos observar una serie de cambios que se proyectan en los poemas del autor granadino. En En pie de paz el tema esencial es la paz: su preocupación por ella, su necesidad, el llamamiento a la lucha para conseguirla…Los poemas de esta publicación son más objetivos. El autor no usa tantas metáforas exageradas y son más fáciles de leer y entender. Por otro lado, Vista Cansad supone un libro de madurez, publicado casi 20 años después de En pie de paz. Lo publica cuando el autor tiene 50 años y en una entrevista dice al respecto: “Este libro es un ejercicio de memoria y conciencia. Es un recuerdo como era ser un niño en la Andalucía, crecer allí. Que significaba ser un adolescente joven en la universidad todavía bajo el régimen de Franco. Y por otro lado, significa madurar y ver mis hijos crecer.” Con respecto a En pie de paz, este poemario supone una escritura más experimentada, más subjetiva y personal
Sin embargo y a pesar de las diferencias aparente, también existen Aunque también semejanzas en estas dos obras. En ambas aparecen mencionadas ciudades o países de América Latina (Buenos Aires, Santiago de Chile, Bogotá…) y momentos importantes de la historia de estos países. También se repiten imágenes como la oposición luz-sombra, la lluvia, el agua, el viento o los árboles.