Por Jaime Gradit, Alberto Espejo, Sara Megías, María Ruiz y Santiago Varela.
Roberto Arlt, escritor y periodista argentino, (Buenos Aires, 26 de abril de 1900 – Buenos Aires, 26 de julio de 1942), es una de las figuras más singulares de la literatura rioplatense. Estuvo vinculado a principios de la década del veinte con el progresista y didáctico Grupo Boedo. Este tomó su nombre de una calle de los suburbios proletarios de Buenos Aires. En oposición a las tendencias estéticas más formales del Grupo Florida, en el cual desempeñaron un papel determinante primero Ricardo Güiraldes y después Jorge Luis Borges, el Grupo Boedo constituía una corriente literaria comprometida en la crítica de la sociedad, siendo decisiva para su concepción artística tanto la elección de los temas como la visión del mundo, sobre todo en la concepción del destino del hombre. Este grupo publicaba en la Editorial Claridad, y se reunía en el Café El japonés.
Autodidacta, lector de Nietzsche y de la gran narrativa rusa, bebiendo de fuentes como la de Dostoievski o Gorki, se le llegó a considerar el introductor de la novela moderna en su país, aunque dicho reconocimiento no le alcanzaría hasta los años cincuenta. Arlt se crió en una humilde familia de inmigrantes: el prusiano Karl Arlt, su padre y su madre, la austrohúngara Ekatherine Lostraibitzer. Entre ellos, fue su madre quien, imaginativa y sensible, le recitaba versos de Dante y Torquato Tasso. Por otro lado, la relación con su padre estuvo signada por un trato severo y poco permisivo, lo que le afectará y aparecerá reflejado en futuros escritos.
Su infancia transcurrió en el barrio porteño de Flores, donde además de con sus padres también convivió unos años con un par de hermanas, que murieron a causa de tuberculosis a tempranas edades. Si bien cursó estudios elementales, fue expulsado de la escuela a los ocho años, donde comenzó su viaje autodidacta. Esto le llevó a frecuentar bibliotecas del barrio, donde se inició desordenadamente en la lectura de autores como Rudyard Kipling, Julio Verne, Joseph Conrad, Emilio Salgari, o R.L. Stevenson, entre otros, y a la vez que desempeñaba diversos oficios: ayudante en una biblioteca, pintor, mecánico, soldador, trabajador portuario, aprendiz de hojalatero, mecánico, vendedor de artículos varios, conductor de grúa en una fábrica de ladrillos, en el periódico local…
Abandonó su hogar cuando era un adolescente a causa de las constantes y crecientes disputas con su padre, y ya casado se trasladó a Córdoba, pero el fracaso en su intento de mejorar la situación económica le obligó a regresar con su familia a Buenos Aires.
En ese momento, escribió su primera novela El juguete rabioso, la cual iba a titular inicialmente como La vida suriani. En la capital trabajó como periodista e inventor. En la Revista Popular publicó su primer cuento, “Jehová”, al que le siguió el ensayo Las ciencias ocultas en la ciudad de Buenos Aires. Más tarde, colaboró en Patria, periódico nacionalista de derechas, pero dos años después pasó a publicaciones de signo opuesto como Extrema Izquierda y Última Hora. Tras varios intentos logró publicar en la revista Proa dos capítulos de su novela El juguete rabioso (1926), que ha llegado a considerarse un hito en la literatura argentina.
El periodismo fue, para Arlt, el medio principal de subsistencia. En 1927 ya era cronista policial en Crítica y un año después pasó a ser redactor del diario El Mundo. Allí aparecieron sus cuentos El jorobadito y Pequeños propietarios. Su columna Aguafuertes porteñas (1933), en la que arrojaba una mirada incisiva sobre la ciudad y sus habitantes, le dio gran popularidad: eran textos llenos de ironía y mordacidad, retratos de tipos y caracteres propios de la sociedad porteña. Dio a conocer artículos, cuentos y adelantos de novelas desde las páginas de las revistas Claridad, El Hogar, Azul y Bandera Roja.
Resultado de su labor como corresponsal en Europa y África son Aguafuertes españolas (1936) y El criador de gorilas (1941), cuentos de tema "oriental". Para muchos su obra más acabada es Los siete locos (1929), una inquietante novela sobre la impotencia del hombre frente a la sociedad que lo oprime y lo condena a traicionar sus ideales. La novelística de Arlt incluye también Los lanzallamas (1931) y El amor brujo (1932). La colección de cuentos El jorobadito (1933) reitera la temática de sus novelas: la angustia, la humillación y la hipocresía de la sociedad burguesa.
Asimismo, Arlt protagonizó un intento de renovación del teatro argentino a través de Trescientos millones (1932), a la que siguieron otras siete piezas dramáticas: Piedra de fuego (1932), Saverio el cruel, El fabricante de fantasmas (1936), La isla desierta (1937), África (1938), La fiesta del hierro (1940) y El desierto entra a la ciudad (1941), presentadas casi todas en el Teatro del Pueblo que dirigía Leónidas Barletta.
A la edad de 42 años, en Buenos Aires, de un paro cardíaco, fallece. Sus restos fueron incinerados en el Cementerio de la Chacarita, y sus cenizas esparcidas en el río Paraná. Al día siguiente el diario El Mundo publicó la última de sus famosas aguafuertes: «Un paisaje en las nubes». El suceso no sonó en los diarios porque entre las noticias se encontraba el desagravio a Jorge Luis Borges, que por entonces fue relegado del Premio Nacional de Literatura. Hoy, líderes de opinión fundamentales de la literatura argentina nos cuentan cómo su obra ha llegado a ser un referente tan trascendente.
(Realizado por las estudiantes del Grado en Filología Hispánica de la UGR: Irene Garrudo, Celia Guilló, María Inmaculada García Vicente, Celia Moreno y María García Asensio)
Apuntes desde Despentes y Woolf: una lectura de Roberto Arlt
J’écris donc d’ici […] pour les hommes […] trop pauvres pour plaire Virginie Despentes, King Kong Théorie
Las poéticas, es decir, las ideologías que atraviesan las producciones textuales pueden ser abordabas desde numerosísimos puntos de vista. Probablemente una de las más interesantes en este caso es la referente al dinero: “es obvio que el primer gran narrador del dinero en la Argentina fue Roberto Arlt”. Y esto no se revela únicamente en las temáticas de sus obras, sino también en su propia concepción de la literatura, lo que entronca necesariamente con su manera de expresarla: podríamos tratar su poética del anarquista, del superviviente. Como indica Beatriz Sarlo:
Arlt juzga intolerable la desigualdad en el reparto social de los poderes y la riqueza: éste es un punto central en sus narraciones y en el sistema de sus personajes. Podría decirse que toda su literatura no hace sino presentar diversas versiones de este tópico hegemónico, incluida la relación de poder entre los sexos. Es precisamente en ese último punto en el que se va a concentrar esta breve reflexión sobre su poética: en su imaginario sobre el género y en los ángulos de convergencia (salvando las vastas distancias) con algunos de los planteamientos sugeridos por Virginie Despentes y Virginia Woolf.
Respecto a la escritora británica, nos gustaría simplemente señalar la coincidencia en cuanto a dos reflexiones muy concretas. La primera de ellas refiere a la idea troncal de su ya legendario ensayo, Una habitación propia. En ella, la autora señala la imperiosa necesidad de bienes materiales, tales como un espacio para una sola. Esa misma reflexión sobre las estructuras que operan a la hora de desarrollarse en la literatura es compartida por el autor argentino en palabras del autor de la novela Los lanzallamas, aunque, evidentemente, no en cuanto a la condición de género, sino más bien a la de clase.
Otra de las ideas interesantes en ese ensayo es la parte en la que Woolf dice: “si la mujer no hubiera existido más que en las obras escritas por los hombres, se la imaginaría uno como una persona importantísima; polifacética: heroica y mezquina, espléndida y sórdida, infinitamente hermosa y horrible a más no poder, tan grande como el hombre, más según algunos. Pero ésta es la mujer de la literatura. En la realidad, como señala el profesor Trevelyan, la encerraban bajo llave, le pegaban y la zarandeaban por la habitación”. Y es que, siguiendo nuestra reflexión, resulta curioso porque, definitivamente no es esta la mujer que ficciona nuestro literato.
Tampoco resulta de extrañar que sea exactamente esta la cita elegida por Despentes al principio de su Teoría King Kong. Esta coincidencia resulta sorprendente: Arlt y la francesa están de acuerdo en que la mujer burguesa debe ser expuesta en su verdad, en su puritanismo, en su vicio por el dinero. Ambos coinciden en que la institución matrimonial no es más que un contrato de transacción mercantil, una institución capitalista para ocultar las razones -económicas en realidad- de los intercambios sexuales. También es llamativo cómo (una en la realidad, otro en la ficción) comparten una imagen de la prostituta: la de la mujer que no se esconde, que asume el mundo tal como es y sobrevive a través de él con absoluta honradez. Insisten en volver la mirada hacia donde nunca se mira, porque es ahí donde seguramente está la solución. En Los siete locos, el argentino escribe: “¿Quiénes van a hacer la revolución social sino los estafadores, los desdichados, los asesinos, los fraudulentos, toda la canalla que sufre abajo sin esperanza alguna? ¿O te crees que la revolución la van a hacer los cagatintas y los tenderos?”
Otra visión en la que sentimos que concurren es en su sensación hacia la ciudad: es el infierno, ya que representa y aúna los efectos más sangrantes del capitalismo. Virginie suele referirse a París en esos términos y en el imaginario de Arlt, como describe Sarlo, no dista de esta percepción:
La ciudad como infierno, la ciudad como espacio del crimen y las aberraciones morales, la ciudad opuesta a la naturaleza, la ciudad como laberinto tecnológico: todas estas visiones están en la literatura de Arlt, quien entiende, padece, denigra y celebra el despliegue de relaciones mercantiles, la reforma del paisaje urbano, la alienación técnica y la objetivación de relaciones y sentimientos.
Sin embargo, uno de los asuntos de más interés en estas comparaciones seguramente resida en la coincidencia de la crítica a la hora de acercarse a la lectura de cualquiera de los dos: se dice que están rabiosos, que son violentos. Honestamente, no compartimos esa idea de que su principal motor de escritura sea la rabia. Lo que sí es evidente es que el lenguaje que utilizan no se adecúa con el canon clásico del que consideraríamos literario, pero, como señalaba Ricardo Piglia, “la insistencia sobre las faltas de Arlt no son otra cosa que las marcas de un descrédito: manejar mal la ortografía, la sintaxis es de hecho una señal de clase”. Cabe considerar, entonces, que no son ellos los violentos, sino las realidades que reflejan y que, en muchas ocasiones (en la Teoría King Kong seguramente en todas), no inventan. Existe en ellos, sencillamente, una vinculación entre los modos del decir y los modos del vivir. Sylvia Saítta dice de la literatura de Arlt que “encierra la violencia de un «cross a la mandíbula» que se impone por «prepotencia de trabajo»”: no se trata de un lenguaje rabioso, es el idioma en que se expresa la realidad.
En definitiva, queremos recordar que lo que aquí proponemos es una de las tantas maneras en las que nuestra mirada puede enfocar una poética tan interesante como la de Roberto Arlt. Insistimos en las evidentes diferencias entre los tres autores sobre los que versan estas líneas, pero dan claves muy interesantes para la humilde reflexión que aquí proponemos. Seguramente la literatura no se construye como ese ente todopoderoso y autónomo en su lenguaje autorreferencial que dejaba imaginar Borges en La flor de Coleridge, sino sobre las ideas que circulan por encima de todos nosotros: la ideología dominante y toda su materialidad; y los que piensan y crean desde fuera, muchas veces llegan a conclusiones parecidas que cabe recordarse de vez en cuando.
(Realizado por las estudiantes del Grado en Filología Hispánica de la UGR: Irene Garrudo, Celia Guilló, María Inmaculada García Vicente, Celia Moreno y María García Asensio)
Este cuento de Roberto Arlt pertenece a Cuentos completos y, aunque para él escribir se convierte en su forma de sustento, aquí parece que el asunto monetario pasa un poco más desapercibido, aunque veremos que no olvidado; y prefiere, sin embargo, poner su atención en los rincones de Granada. Tras el estudio de su poética, llama la atención encontrar en este texto tintes mucho más costumbristas de los que suelen ser habitualesen su producción.
El relato empieza a tomar cuerpo a través de las palabras íntimas de dos amigos en Hamburgo y dicha conversación se vuelca en los recuerdos que atormentan a Esteban, los cuales sucedieron en las calles de Granada, ante la atenta y bermeja mirada de la Alhambra, tiempo atrás. Observamos, por tanto, que está presente la narración no lineal tan característica del autor argentino: tras viajar al pasado y traer a la memoria unos horribles sucesos, la historia vuelve a focalizarse en ese diálogo entre confidentes que se interrumpió por las amargas palabras de Stifel.
En esta historia circular, son dos narradores los que hablan: al principio y al final es el amigo de Esteban o Stifel, como él lo llama en confianza, el que presenta los hechos; pero quien nos introduce en los acontecimientos que tienen lugar en la ciudad de Granada es el propio Esteban en primera persona. Al estar trayendo al presente sus propios recuerdos, podemos afirmar que es un narrador poco fiable.
La belleza resulta ser una cualidad negativa que anula la razón y las virtudes de los que se ven envueltos por ella, como si se tratara de las sirenas que atraen a Ulises hacia ellas. Es precisamente esta la que determina las acciones de los personajes. El médico, Esteban, se ve cautivado por la hermosura de la gitana que se encuentra en el Albayzín y es arrastrado por ella, a pesar de intuir su falsía, hasta la cueva donde manchará sus manos de sangre.
Si es la belleza disfrazada de gitana la que lo lleva a la cueva, vuelve a encontrase con ella al meterse en sus entrañas, pero esta vez con forma de hombre. Esteban iba con la intención de curar al hermano de la zalamera moza y, en cambio, acaba siendo cómplice del daño y tortura a un inocente mozo y todo por poseer esa característica que tantos perjuicios causa: adulterio, pérdida de cordura…
Los tres encapuchados que mandan hacer tal acción, y que estaban vigilando al susodicho cautivo, se lavan las manos como Pilatos; solo dan órdenes, dejando todo el peso del crimen, destrozar el rostro del hombre, en la conciencia del médico extranjero.
Creen estos encapuchados que es suficiente dar dos mil pesetas a cambio de hacer tal atrocidad, calmando así su alma y ensuciando para siempre la del alemán. El dinero no vale siempre como moneda de cambio.
La acción sucede de forma dinámica al haber varios diálogos (entre la gitana y Esteban, entre Esteban y los encapuchados…) y se refleja muy bien la forma de expresarse de cada uno de ellos, gracias a que Arlt les concede la posibilidad de mostrar su idiolecto a través de esas conversaciones que mantienen. Esto se ve claro en el caso de la gitana ("Vaya que tienes ángel", "Que vaya, no me negarás tú, bendito, este favorcillo, ¿verdad que no?").
Algo que llama la atención es que el médico intenta imitar la forma de hablar de la gitana para aumentar la afinidad con ella: ("Por Dios y la Virgen que yo soy el médico a quien tú buscas. Con mucho gusto te serviré a ti y a tu bendita madre y a tu hermanita, si la tienes").
Aunque los hechos parecen pasar de forma rápida, son numerosas las veces en las que Arlt alude a sitios concretos y conocidos de Granada, describiéndolos con gran detalle: ("Recuerdo que el corazón me saltaba del pecho cuando crucé la Puerta de las Granadas, entré al pétreo Palacio de Carlos V y desde allí divisé los rojizos muros de ladrillo de la Roja…").
Esteban saldrá huyendo de esta ciudad y su sombra le perseguirá incluso cuando regrese a Hamburgo, donde intentarán acabar con su vida repetidas veces. Al final del cuento, de boca del amigo de Esteban conocemos el destino que quitó la vida a este último como consecuencia del rencor y de las ansias de venganza que tomaron vida en el fondo de algún corazón: al parecer, en el del hombre que vio robada su belleza e intentó restaurarla con cera.