Por Daniel Ulloz, Matylda Curylo, Laure Tourde-Prudent, Phoebe Whiteside.
Justo Navarro Velilla nace en Granada el 28 de agosto del año 1953 y es un autor que se ha acercado a las letras a lo largo de su vida desde diversas disciplinas. Lo encontramos como poeta, narrador, traductor, crítico literario y articulista de periódicos locales. Desde 2003 es miembro de la Academia de Buenas Letras de Granada.
Desde muy pequeño manifiesta una inclinación hacia la creación imaginativa y literaria. La biblioteca paterna, llena de novelas policiacas a las cuales su padre era muy asiduo, va a marcar toda su trayectoria; a pesar de la poca apreciación que existía en aquella época hacia este género. Comenta en una entrevista realizada por Luis Ordóñez, donde relata sus primeras incursiones como autor cuando aún no alcanzaba los 10 años:
Entonces tuve de pronto cuadernos donde anotaba las ideas que se me ocurrían, personajes que se me ocurrían, paisajes, muchas veces copiaba de los propios libros que estaba leyendo, de las enciclopedias; si en el libro donde estaba estudiando se describía Francia, pues yo apuntaba rápidamente el paisaje francés para meterlo en un cuento, una novela, que nunca llegué a escribir y que no existieron, pero para mí era mi ideal de vida, dedicarme a eso, a escribir.
A los 22 años ya es licenciado en Filología Románica por la Universidad de Granada. A los pocos años cambia su residencia a Málaga, donde se desempeña como docente. Si bien va a trasladarse por distintas localidades, se va a mantener dentro de la región de Andalucía.
El género poético fue el que le permitió revelarse en el mundo literario. Antes de la aparición de sus poemarios Los nadadores (1985) y Un aviador prevé su muerte (1986) -este último premiado por la crítica al año siguiente de su publicación-, se imprime en Córdoba el libro de poemas Serie Negra (1976), título que nos revela a primera vista la influencia que tuvo sus lecturas infantiles de temática policial.
El año 1988 comienza su trabajo con la narrativa, que va a ser el género más cultivado por el autor a lo largo de su carrera escritural. Comienza publicando El doble del doble (1988) y Hermana muerte (1990), pero será con la novela Accidentes íntimos (1990) con la cual va a lograr la consagración de su prosa, recibiendo el premio Herralde de Novela, otorgado por la Editorial Anagrama.
Otros premios recibidos por el escritor son: Premio Andalucía de la Crítica por la novela La casa del padre (1994); Premio ciudad de Barcelona por F (2003); y nuevamente el Premio Andalucía de la Crítica por su novela Gran Granada (2015).
El personaje del comisario Polo, que nació en esta última novela, es retomado en su obra más reciente Petit Paris (2019), la cual relata los hechos que le suceden al comisario durante la ocupación nazi de Paris el año 1943.
La singularidad de sus incursiones escriturales, más allá de la amplia gama de géneros a los que se adscribe, reside en el compromiso que posee con su escritura. Dice en una entrevista sobre su última novela: “He leído todos los periódicos que leía Polo. Los diarios siempre revelan el mundo en el que están hechos”. Así, podemos entender que su concepción de la literatura no tiene las fronteras convencionales, y que vida y escritura se encuentran imbricadas en sus publicaciones.
Otra plataforma utilizada por Navarro son los números y revistas que lo llevan a compartir espacios con otros(as) escritores(as). Ejemplo de esto son sus colaboraciones con Revista de Occidente y otros volúmenes colectivos como Cuentos de fútbol (1995), libro donde encontramos el cuento “El alma al diablo”.
Además de publicar sus cuentos en diarios o revistas, participa de forma activa en el periodismo español actual. Contribuye desde la crítica literaria en el diario El País desde los años 90, y como columnista en la edición andaluza del mismo periódico.
Con relación a su ejercicio de traductor, llevó al español a autores como T.S. Eliot, Virginia Woolf, Paul Auster, Scott Fitzgerald, entre otros; y varias conferencias en inglés de Jorge Luis Borges. Sobre esta faceta nos dice el autor:
Siempre que he traducido a Fitzgerald me han interesado los juegos de luces, la capacidad de darle sensorialidad al idioma. Pero, de todos, quien mas me ha influido es Virginia Woolf, parte de cuyos diarios traduje…Un autor tiene que ser preciso. No quiero perderme en sentimentalismos, busco ser concreto, como una cámara de cine que trata con la realidad viva. Yo quisiera ser así
Por Daniel Ulloz, Matylda Curylo, Laure Tourde-Prudent, Phoebe Whiteside.
Para Justo Navarro escribir es un acto amplio en todas sus trayectorias posibles pero preciso en su ejecución. El autor compara la escritura con la improvisación musical, afirmando que “no sé bien por dónde me va a salir el relato, aunque sí deseo que sea duro y preciso, que no se ande por las ramas y que, aunque esté hablando de los años 40 también lo esté haciendo más solapadamente de nuestro mundo de ahora”. Entonces, aunque su prosa es una prosa decididamente intencional, tampoco limita las posibilidades de interpretación y aplicación temática a una sola finalidad narrativa porque, en opinión del autor, las cosas nunca son tan simples como parecen tanto en la ficción como en la vida real. Vemos un ejemplo de esta filosofía reflejado en su cuento “El alma al diablo,” un relato corto en el que una prosa sencilla pero lírica nos lleva a través de una historia que es parecida a las leyendas de tratos con el diablo que la preceden, pero que, no obstante, termina de una manera ambigua que mantiene la lectura abierta a una interpretación fantástica o una interpretación cotidiana, ambas igualmente oscuras.
La visión liberal de la escritura de Julio Navarro en sí parece aplicarla también a su ideología de la literatura a nivel más amplio y al papel que esta juega en el mercado editorial y en el mundo artístico/estético. Más específicamente, Navarro rechaza la aplicación de una dicotomía entre estos ámbitos. El género preferido de su juventud y el de sus novelas más recientes, la novela negra o policiaca, sirve como estudio de caso. Navarro no considera este género, tan frecuentemente delegada a los estantes de libros “comerciales” y corrientes, como un mero medio de escapar de la vida diaria, sino como un método a través del que se resulta posible acercarnos más a las verdades de nuestra época. Él explica:
Me tomo la novela negra como una especie de lente a través de la que puedo observar la realidad. Me aporta distancia o extrañamiento…Así me acerco a las cosas, pero ya extrañado, y las convierto en algo en principio artificial. Los moldes de la novela transforman mi lenguaje y también mi visión del mundo.
De este modo, nos da a entender que el valor de la literatura reside en su potencial para la relevancia y la revelación, cualidades que existen a lo largo de los géneros literarios –o más bien fuera de los límites de género literario como se concibe generalmente-. Conforme a esto, Navarro habla en contra de la idea de que un libro puede ser peor o mejor porque es “comercial.” Argumenta que descalificar el valor literario o simbólico de una obra por su éxito mercantil implica un juicio moral y clasista, y no una valoración legitima de calidad. Desde un punto de vista muy comprometido con las realidades materiales de la literatura hoy en día, "hasta el libro más exquisito se vende en las librerías,” y los mejores “nos dan lo que en el fondo le pedimos a la literatura: un arte no meramente decorativo, sino que meta los ojos en la realidad”.
Finalmente, atendiendo a la pluralidad de plataformas a las cuales este autor se adscribe, y entendiéndolas todas como parte de una misma potencia creadora de escritura, Navarro observa su literatura desde una postura dialéctica autor-lector. En otras palabras, el proceso escritural del granadino es custodiada por una mirada estrábica: Navarro-lector y Navarro-escritor.
A este respecto, sostiene el autor en una entrevista: “Eso es lo que hace un escritor, inventar experiencias morales. Entonces el escritor se está inventando siempre otras personas, y las tiene que pensar desde sí mismo”. Más adelante, comentando sobre la recepción de sus obras nos dice: “Y eso es lo que invita al lector, a que él también, cuando se ponga a leer una novela que cuenta determinada peripecia, se imagine qué haría en esa situación, juzgue a los personajes. No sé, que se plantee problemas yo diría que éticos, o de cómo vivir, y en ese sentido exclusivamente pienso yo que el escritor finge, o que el escritor se hace pasar por otro”.
Ambas experiencias, tanto la de escribir como la de leer, terminan siendo parte de un mismo proceso de ida y vuelta que termina provocando un compromiso vital de quien se enfrenta a las obras, con los personajes de estas. Termina siendo una forma de someter nuestras propias convenciones, y poner a prueba nuestros supuestos morales y políticos. Podemos decir que la lectura termina siendo una experiencia activa, no sometida a una pura recepción. Incluso, si tal sometimiento termina en una reformulación de nuestras improntas sociales, la literatura se desbordaría al exterior, liberando su siempre latente potencia trasformadora.
(Realizado por la estudiante del Grado en Filología Hispánica de la UGR Paula Solera Izquierdo)
Una nueva vuelta de tuerca al mito de Fausto, en el que lo demoníaco y el deporte del fútbol se funden magistralmente encontramos en “El alma al diablo” de Justo Navarro. Este cuento, perteneciente a la obra Cuentos de Fútbol I (1995) nos sumerge en la parte más oscura del mundo futbolístico donde no es oro todo lo que reluce. La presión, la competitividad, la frustración… fuerzan al personaje de la historia a pactar con el diablo, que se aparece y desaparece a su antojo, esperando el momento oportuno para reclamar su alma.
El mito de Fausto, en el que se sustenta el cuento, ha servido de inspiración a numerosos artistas. Escritores como Goethe, en su obra homónima, o el compositor francés Charles Gounod ya se hicieron eco en el siglo XIX. Aunque la tradición literaria alrededor de este mito se remonta a los orígenes del cristianismo, pues el pacto fáustico se encuentra muy presente en la cultura occidental, podríamos encontrar un predecesor de Fausto en Teófilo de Adana, aquel clérigo que, según la mitología cristiana, vendió su alma a cambio de éxitos que no podía alcanzar a causa de la enemistad que se profesaba con el obispo.
Por otro lado, el gran deporte nacional, también se ha visto retratado por diversos autores. El fútbol y la literatura no son dos conceptos tan alejados como podría pensarse y así lo demuestran los cuentos de Ana María Moix, Eduardo Galeano (El fútbol a sol y sombra) o Javier Marías (Salvajes y sentimentales. Letras de fútbol).
Ahora bien, en El alma al diablo, la narración comienza con la siguiente situación: un jugador de fútbol del Real Madrid lleva años sin jugar ya que no lo convocan. Este personaje, cuyo nombre desconocemos, soporta sobre sus hombros la presión de haber sido un gran jugador y ahora, al dar el salto a un gran equipo nacional, las expectativas que todo el mundo tenía vertidas sobre él (el equipo, los fanáticos, su propio padre) se ven mermadas.
Sin embargo, la noche de un viernes 12 de noviembre, en un bar de carretera un hombre de aspecto extraño, le propone vender su alma al diablo a cambio de la promesa de grandes éxitos futbolísticos. Ebrio, brindó con el hombre aceptando el trato, que además firmó con su propia sangre en un papel.
La mala suerte que tenía en el campo se vio reflejada en su vida, donde el alcohol era su única vía de escape. En aquel bar de carretera su futuro se vio alterado para siempre por aquel hombre con camiseta del equipo madrileño. El diablo personificado en un hombre de aspecto descuidado, con cicatrices y mal vestido rompe con la concepción tradicional del demonio personificado en un hombre carismático, aseado y embaucador. Satán, que aparece como un borracho más, violento y amenazador, lanza una frase en la que muestra un gran sentido de la ironía, mezclado con una solemnidad que asusta: “Yo podría matarte, cortarte el cuello, arrancarte el corazón, y casi no te enterarías, pero mañana tienes que jugar al fútbol y no sé de nadie que haya jugado al fútbol con el cuello cortado y sin corazón.” (2019:2)
Sin embargo, tiene los ojos rojos, rasgo que lo delata como ente maligno. El futbolista no acaba de creerse nada de lo que el hombre le dice, de hecho, incluso bromea, diciendo que vende su alma por una cerveza. Un punto de inflexión en la narración es el brindis. El hombre brinda invocando al diablo. Es el inicio del rito. A partir de ese momento se sucede la bajada a los Infiernos para la consagración del pacto: “Sentía que estaba dando pasos definitivos: iba hacia la calle, y cada paso que daba era irreversible. No podía hablar, no podía volver atrás, era como si estuviera cayendo desde un séptimo piso.” (2019:3)
El siete es un número muy simbólico en diferentes culturas. En la cristiana, son siete los pecados capitales, los sacramentos o los dones del espíritu. Además, se indica que había luna llena, algo también muy simbólico, al igual que el número de veces que se vio obligado a pasar el dedo de la navaja para firmar: tres. Este número no es solo importante para numerosas religiones, sino también para la alquimia, siempre asociada a las artes oscuras demoníacas. El número tres representa el principio universal de la alquimia: azufre, sal y mercurio.
Al día siguiente del pacto, le llamaron para comunicarle que estaba convocado para el próximo partido, y desde ese día se sucedieron los goles, las victorias y las copas. Hasta que un día, en un hotel, el recepcionista era de nuevo aquel hombre del bar que, recordándole el trato que tenían, le pidió que fallase un penalti que habría de tirar en el último minuto del partido que estaba a punto de jugar. El partido comenzó y el jugador tenía presente que tenía que cumplir aquel trato. Pero cuando finalmente llegó la hora de tirar el penalti, no pudo fallarlo. Casi de inmediato, cayó al césped, le dolía el pecho, sintió que le faltaba el aire. Todo se volvió oscuro y súbitamente se encontró de nuevo en aquel viernes de noviembre. Su mano se encontraba llena de sangre, y allí estaba aquel hombre con una amplia sonrisa. No pudo oír nada de lo que le dijo porque estaba muriéndose.
A pesar de que, aparentemente, el futbolista no tomaba en serio el contrato, él sentía que no podía incumplirlo. Una fuerza más grande que él mismo le obligaba a cumplir el pacto. Sabía que su alma no le pertenecía. Pero aun así, no lo cumplió. La ambición, la avaricia -uno de los pecados capitales- hizo que se rindiera a su fatal destino. O quizá fue esto mismo lo que condujo al jugador marcar: el fatalismo con el que se enfrenta a su destino. Al vender su alma no se siente dueño de sus actos por los que realmente: ¿habría cambiado algo si no hubiera metido ese gol? Quizá no hubiera muerto ese día, pero estaría condenado toda la vida a ser un simple fantoche con la sombra de la guadaña sobre su espalda.
El final es uno de los puntos más interesantes del relato. Una vez que se desploma aparece de nuevo en aquel día en el que firmó el pacto para morir allí, por lo que la cuestión de si realmente todo lo narrado existió es inevitable. Se plantean varias hipótesis para explicar el final. Por un lado, la posibilidad de que efectivamente todo ocurre literalmente como se explica en el texto. Cuando se está muriendo se materializa de nuevo en el pasado. Esta es poco probable pues, siguiendo la lógica interna del cuento no es coherente que viaje al pasado simplemente para morir allí, no existe nada que ampare esta hipótesis. Por otro lado, podríamos conjeturar que todo lo que ocurre desde que firma el pacto (o incluso, desde el brindis) hasta que muere jamás ha existido en la realidad en la que se encuentra. Se narra una nueva posibilidad, otra línea temporal en la que el jugador puede ver qué es lo que podría haber ocurrido al aceptar, o haber aceptado el trato. Esta teoría es, en mi opinión, las más plausible siguiendo la lógica del texto. El camino del jugador estaba truncado desde el inicio. Estaba destinado a morir aquella noche. Daba igual si el demonio intercediese o no en su vida para cambiar su suerte. El destino estaba escrito y fallecería aquel viernes 12 de noviembre.